miércoles, 9 de abril de 2014

Resignificando el Desarrollo
Desarrollo Sustentable
Por Ing. José Carlos Gomez Brigada


El desarrollo sustentable no se limita, como se cree en algunos ámbitos, a los factores específicamente ambientales, sino que los integra en una perspectiva vital y totalizante. Es, podría decirse, una nueva manera de mirar al mundo y a la vida, una nueva percepción de la valoración del entorno, una verdadera cosmovisión hacia el tiempo futuro.
Ello ocurre en función de una visión transversal de las ciencias ecológicas. En términos vulgares, a esta perspectiva le complace reconocer que “todo tiene que ver con todo”. Todo con todo lo demás: la vida inteligida como una red dinámica, integrándose así a los valores y los hechos en un delicado equilibrio.
Por eso nos vemos obligados a ocuparnos de los problemas institucionales, económicos, poblacionales, políticos, jurídicos y sociales a la par de los estrictamente ambientales, porque todo está ligado indisolublemente. Si bien la especialización en todas las ciencias es una ambición imposible, el fenómeno multirrelacional que las vincula torna necesaria, al menos, saber de qué se trata en cada una de ellas y estar atento a las manifestaciones de los expertos en cada campo.
Nosotros, por estar plenamente inmersos en el devenir del mundo, dejamos de lado todo ecologismo fundamentalista, toda manifestación regresiva e impediente que intente volver el estado de las cosas a un punto muerto en la historia pasada. Detenerse es impensable e imposible y volver atrás lo es más. Nuestro porvenir está adelante y debemos hacernos cargo de nuestra circunstancia vital.
En las actuales circunstancias del mundo, pensar en poner freno al crecimiento económico, cuando éste afortunadamente se da, es una insensatez. La población sigue creciendo y por ende siguen creciendo las necesidades, las aspiraciones y todos los legítimos deseos de los pueblos. Pero es prudente que advirtamos que deben modificarse radicalmente los modelos de crecimiento.
Este es un punto importantísimo en el que se debe reflexionar con seriedad, porque tenemos que aceptar que los paradigmas vigentes han generado una perturbación fundamental en el medio ambiente, hasta el punto de haber dado lugar ya a considerables desastres. Además las perspectivas de desertización, despoblación, inundaciones, aumento del nivel del mar, escasez de agua potable, aniquilación apresurada de la biodiversidad, tala indiscriminada de las selvas tropicales, calentamiento global, son suficientemente graves como para que todos estemos en estado de alerta roja… o verde, o del color que se quiera.
También nos preocupan las consecuencias sociales y políticas del mantenimiento del modelo, ya que un desarrollo que sólo beneficia a ciertas clases privilegiadas no sólo es intrínsecamente injusto sino que se constituye en una bomba de tiempo. Desarrollo sí y muy buenos negocios y muy rentables, pero para todos. Y además, necesariamente, un desarrollo que sea sostenible, sustentable, que se pueda mantener en el tiempo, que sea durable y que por ende no agote los recursos naturales.
A nuestros empresarios y a nuestros estadistas les cabe, quizá, la mayor responsabilidad de este tiempo histórico.
Esa responsabilidad debe ejercerse en función del Bien Común, con miras a crear un orden justo en el que prevalezca la equidad y se respeten los derechos de los pueblos. El sistema económico y político que alienta el consumo irresponsable e inducido y la obsolescencia y el derroche planificados, que solo beneficia a unos pocos y que agota las fuentes de supervivencia, no puede ni debe ser mantenido. Para proceder correctamente, deben esclarecerse las conciencias y advertir que no hay verdadera democracia si las decisiones que afectan los destinos de los pueblos son tomadas en obscuros conciliábulos, sin la participación de aquellos que son los principales interesados y terminan siendo las principales víctimas.
Debemos gestar un modelo original de desarrollo desde nuestra ubicación suroccidental que tiene tantas particularidades y tantos problemas, propios de su singularidad. No se trata de copiar recetas, sino de gestar soluciones autóctonas en paz y libertad. Ello sin caer por cierto en ridículas posturas groseramente contestatarias ni olvidando los que constituyen indudables logros de la civilización occidental a la que pertenecemos. Lo que sí habrá, necesariamente, que tener en claro es cual es nuestra verdadera filiación cultural desde la cual extraeremos la fuerza y la imaginación para gestar el futuro.
Próximos al Bicentenario, con una democracia verdaderamente participativa, auténticamente democrática, nacional y federal, pluralista y humana, siguiendo las orientaciones de nuestra historia de mayo, puede abrir la puerta a la toma de conciencia del único participante obligadamente necesario en todo este proceso: El pueblo de la Patria.
Nos preocupa por ende formar conciencias, ilustrar, hacer saber. En última instancia, como siempre, educar. No pretendemos reemplazar a nadie ni ocupar el lugar de ninguno. Esta es la obra de todos, en común. No hay nadie imprescindible, pero no hay nadie innecesario.
Lo interesante de los procesos comunitarios que vivimos en los últimos tiempos es que nadie está obligado a creer en la palabra de otro ni esperar que se le cumplan promesas: Cada uno debe asumir su propia carga de responsabilidad, enterarse, formarse, preocuparse y actuar.
La contaminación, la desertización, el agotamiento, son problemas que están preocupando a los científicos de todo el mundo. El ya imparable drama del crecimiento del nivel de los océanos como el paulatino agotamiento de las fuentes hídricas habituales y la contaminación de los cursos de agua y napas, la vida de los ríos, las necesidades del equilibrio ecológico, la preservación de los sistemas costeros, el impacto sobre el futuro de las poblaciones involucradas, son sistemáticamente ignoradas.
La vigencia plena del sistema republicano y democrático requiere la defensa de la democracia, de las necesarias libertades, de un orden jurídico estable, previsible y confiable y la preservación de las condiciones de supervivencia en el orden ambiental. Todo ello está estrechamente ligado.
Es tiempo de que se advierta que la defensa y la preservación del ambiente es asimismo una de las obligaciones básicas de la defensa nacional, toda vez que se halla comprometida la subsistencia de la integridad del territorio nacional y del ambiente de que forma parte.
La conservación así como el eficaz cuidado y aprovechamiento del medioambiente requiere una acción concertada de todos. Somos y debemos ser sus protectores.
Cada generación humana administra los recursos de la tierra para las Generaciones futuras y tiene el deber de que dicho legado se conserve y de que cuando esté sujeto a uso se haga con equidad.
José Carlos Gómez Brigada
jcgomezbrigada@fundacionpatagonia.org.ar

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