lunes, 7 de abril de 2014

Internet: ¿De qué lado estás?
Autor: Lucio Capalbo
 
 

Retomando a Marshall Mcluhan, que decía “El medio es el mensaje” (y también el “Medio es el Masaje”, que nos relaja y adormece) intento algunas reflexiones sobre la historia –si, ya tiene una historia- , la actualidad y el potencial de Internet. El medio es el mensaje. Texto y contexto. El contexto, el envase, puede ser tan o más importante que el contenido. Todos sabemos muy bien que la misma historia, vista por un niño en televisión, con el mismo guión, no tendrá el mismo impacto que si su abuela se la lee de un libro, antes de dormir, bajo la cálida luz de un velador en una noche de invierno.

Probablemente del primer modo, se desdibuje en la confusa maraña de imágenes interminables que nos llegan por el aire o por un cable, pero del segundo pueda ser un bello recuerdo atesorado para toda la vida. ¿Qué ha cambiado? El texto, ciertamente no. Pero sí el contexto, y mucho.
En 1971, el grupo de rock argentino Vox Dei publicó un álbum doble conceptual que puede considerarse magistral, llamado La Biblia. Millones de jóvenes a lo largo y a lo ancho del país conocieron y cantaron sus canciones, en veladas hogareñas o en los fogones de los campamentos. El contenido, el texto de las letras claramente hacía presente los principales pasajes de ese conjunto de libros que llamamos Biblia. El génesis, Moisés (el niño que flotaba en las aguas), las Profecías, el nacimiento de Cristo, su muerte, el Apocalipsis…
Todo esto en la forma de bellas baladas, poderosos rock o matices progresivos orquestados y sinfónicos.
Un periodista especializado analizaba en una nota el impacto de la obra, y concluía que el mensaje textual de La Biblia de Vox Dei no había influido prácticamente en nada en la religiosidad de los jóvenes. Y explicaba por qué: el formato (medio), esto es, disco de Rock, prevaleció sobre el contenido.
Uno o dos años más tarde, se organizaba un festival de rock “alternativo” en una cancha de futbol. El mensaje básico era el rock contra el “sistema”. Diversos grupos, la mayoría poco conocidos o en ascenso se sucedían y presentaban un par de temas cada uno. Llegó el momento de Sui Generis, que era ya un grupo consolidado y famoso.
Entonces subieron por primera vez al escenario las cámaras de televisión.
La multitud juvenil contrariada, escandalizada, las rechazó con una fuerte silbatina.
Entonces un muchacho alto, flaco y con una decoloración a un lado del bigote, llamado Carlos Alberto García Moreno tomó el micrófono y dijo: “Paren, loco, paren… hay que (destruir) al sistema, con los mismos medios que te da el sistema” (en realidad coloque mi versión libre “destruir” porque las verdaderas palabras que usó Charly no serían muy respetuosas en este contexto). Dicho esto, la multitud, que quince segundos antes silbaba, estalló en una ovación aprobatoria.
Por mucho tiempo reflexioné sobre esta frase. ¿será esto posible? ¿Puedo con armas cambiar la violencia? ¿podremos con medios masivos, como la TV, cambiar la mentalidad dominante?
Y hoy mi respuesta es, definitivamente, no.
Los medios masivos nos masajean, nos adormecen. Son verdaderos medios de incomunicación. Nos ocupan “bytes” de emotividad, de atención, que así no pueden ocuparse en lo que verdaderamente importa. La cooptación de los sentidos que produce la imagen (vale más que mil palabras, si, pero qué imágenes –ciertamente no las que cambian veinticuatro veces por segundo- y en qué contexto) distrae otras funciones del intelecto, inhibe la creatividad.
Hacen que terminemos hablando en la oficina, en la calle, del discurso mediático que en una sociedad de familias isla es uno de los pocos denominadores comunes, evitando así que nuestros corazones se comuniquen realmente, desde lo existencial, desde lo trascendente.
La sociedad civil busca afanosamente caminos para provocar transformaciones y a mi juicio, aún no los encuentra en la medida de la urgencia de la crisis terminal a la que nos dirigimos como el Titanic.
Trata de “modernizarse”, de llegar a muchos. Para ello busca “medios” como el lobby político o la “advocacy” (incidencia), acceder a la televisión, hacer “marketing social” (expresión absurda, si las hay), llenar estadios o coquetos salones de hoteles cinco estrellas.
Me pregunto si cuando las organizaciones sociales alcanzamos ese nivel de convocatoria, de audiencia, de multitudinaria pasividad que parecería escuchar (pero que olvidará el mensaje a la vuelta de la esquina) podemos todavía cambiar algo. Tal vez justamente el hecho de haber alcanzado ese medio masivo sea señal de que el mensaje ha quedado definitivamente diluido, y de que formamos parte del sistema independientemente de lo que formalmente digamos en el texto.
Y entonces debemos también reflexionar sobre este medio, en el que estamos en este momento operando, Internet.
Cuando comenzaba, hace unos casi veinte años, escuché a epistemólogos renombrados y cientistas sociales destacados hablar sobre su potencialidad para cambiar el mundo, sobre la democratización de la información, e inclusive sobre la posibilidad de que un pequeño grupo dispare al ciberespacio una propuesta que viralmente se expanda exponencialmente y cambie la historia, sin necesitar otros recursos que la computadora y su conexión. La revolución social y cultural potencialmente al alcance de todos…

Han pasado, digo, casi veinte años. Se han hecho ¿trillones? de conexiones, superando a los más complejas configuraciones sinápticas de los cerebros avanzados. Cientos de millones participan en “redes sociales”. Buena parte de la humanidad (no toda ni la mayoría) pasa varias horas diarias frente a la computadora y ¿qué cambia? ¿algo cambia?
Mientras tanto las publicidades y el mercado se introducen en cada video o melodía que queremos apreciar en Internet, o en cada página relevante que abrimos.
Por otro lado debemos preguntar ¿Qué porcentaje de la población de Africa tiene computadora e Internet? ¿qué porcentaje, aún más, los tiene a nivel mundial? ¿es realmente una herramienta de democratización, o un modo más de segregación y división?
También debemos preguntarnos si los millones de netbook que los gobiernos arrojan por la cabeza a los estudiantes como símbolo de progreso y modernización, sin siquiera preguntar primero para qué serán usadas, no son un ejemplo claro de el carro colocado delante del caballo y un envase, un medio y por lo tanto un mensaje impuesto por los modelos globales que nadie eligió libremente conforme a sus valores.
Me pregunto si no será el cara a cara, la reunión de los seres humanos, corazón a corazón, motivados, encendidos por una Causa trascendente, movilizados, militantes, comprometidos, existencialmente involucrados, desde pequeñas comunidades a vastas redes interconectadas mundialmente pero siempre apoyadas sobre la presencia integral del ser humano, -espíritu, mente, cuerpo., la principal, si no única estrategia, para cambiar la Historia.
“El pasado se ha ido, el presente es fugaz y el futuro se encuentra en el dominio de la esperanza. Abdúl-Bahá
Las atrocidades que han sido infringidas a lo largo de la historia y de manera ascendente, ya sean de origen ambiental, inequidades sociales, guerras devastadoras o avasallamientos culturales y psicológicos, pero siempre actos impunes de tiranía y opresión, nos han dejado, como ya sabemos, un mundo desmembrado y agonizante.
El modelo originado en el individualismo despótico no da ninguna tregua a los valores y virtudes universalistas, y atraviesa todos los grupos humanos, sin que quede nadie exento.
Parecería que la humanidad entera es hoy ciudadana de unas inmensas Sodoma y Gomorra.
La puesta en marcha de dinámicas maquiavélicas para quedarse con la última porción de la torta, o más precisamente con los últimos barriles de petróleo y yacimientos de carbón han dejado, como un enorme tatuaje, una huella ecológica profunda e imborrable en el cuerpo del globo terráqueo.
¿Culpables? ¿Responsables? En distintas medidas, todos.
El presente es fugaz  y no es suficiente para permitir un giro rotundo en el retorno hacia la homeostasis. Tampoco podemos perder nuestro tiempo añorando aquellas eras supuestamente ideales, que ya se perdieron por siempre. El agua, fuente de vida, se agota. El aire está contaminado, los bosques quemados, las especies en extinción. Y somos muchos los que nos dejamos caer junto al cuerpo moribundo de la tierra, desgarrando nuestras vestiduras, pero sin hacer nada más.
El hoy sirve para darnos cuenta de una vez  que en un cuerpo doliente sólo tratar de paliar los síntomas tiene consecuencias negativas. Como el narcótico que calma el dolor pero no cura es insuficiente, el dolor retorna luego con mayor fuerza. Es el momento de ir al origen de la infección y quitarla de raíz. Y empezar de nuevo.
Para la construcción de un futuro esperado y anhelado por todos, tendremos que cambiar nuestros esquemas mentales. El presente es fugaz, por lo que hay que tomar la decisión ya, ahora mismo.  No hay tiempo que perder.
Estamos transitando el punto de inflexión y como tal, transcurre en un instante. El trayecto total está constituido por continuos puntos entrelazados. Nuestro hoy es ese punto final y también comienzo nuevo. Es punto primordial, y fundamental para trazar una trayectoria inédita, indeleble, memorable para las generaciones futuras.
Es un soplo cuyos efectos perdurarán en el destino de la Tierra y todos sus habitantes. Cambiemos nuestra percepción de la realidad borrando todo vicio del ego. Miremos el mundo desde una perspectiva holística en dónde se refleja la parte en el todo y el todo en la parte.
Las organizaciones al servicio de la humanidad deben tener una mirada perspicaz para acercar esa visión compleja e integradora a sus comunidades, y rápidamente unir sus fuerzas en una vasta comunidad mundial, para juntos transitar este presente fugaz y a la vez estratégico, trazando el camino innovador para la construcción de un futuro en el domino de la esperanza de la humanidad.
Como dice Abdúl-Bahá: el pasado se ha ido, y el presente es efímero, por eso en él, rápida y decididamente, nuestras acciones deberán dirigirse hacia el dominio de nuestra esperanza, un futuro socioambientalmente equitativo, y trascendental.

por Haleh Maniei