martes, 1 de abril de 2014




Los estragos ecológicos de la globalización


por Ezequiel Ander-Egg
Libro: Decrecer con Equidad
Ediciones
CICCUS


Todo lo que le ocurre a la Tierra, le ocurrirá a los hijos de la Tierra.
El hombre no tejió la trama de la vida, él es sólo un hilo.
Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo.
Noah Sealth

Pisa la Tierra con suavidad;
ella será tu tumba.
Proverbio sufí

El hombre no es un amo omnipotente del universo,
al que se le está permitido hacer con impunidad lo que
se le ocurra o lo que le convenga en el momento.
Vaclav Havel

Los mitos insustentables del desarrollo económico y el progreso
material y la des-espiritualización acelerada de la criatura humana ha traído a una encrucijada histórica sin precedentes.
Miguel Grinberg

Creo que la humanidad ha comprendido al fin que en la Tierra y en torno a ella existe un delicado equilibrio… que no debemos romper irreflexivamente en nuestra carrera desenfrenada por el camino del desarrollo tecnológico.
U Thant

No se trata de ser gratuitamente apocalíptico: lo que está en discusión es, sencillamente, la supervivencia de la humanidad.
Ignacio Ramonet

El capitalismo, en su fase actual expresada en la globalización neoliberal, no solo ha producido estragos sociales en la humanidad, sino también ha acelerado la destrucción del planeta, provocando un alerta rojo que todavía no ha tenido respuesta suficiente en los responsables políticos (especialmente de los países que más contaminan), ni en el conjunto de la población.
Aunque este trabajo está planteado en términos de los estragos ecológicos de la globalización, es con la revolución industrial que se inicia la agresión de la naturaleza. Y, de manera más acentuada, cuando el capitalismo en su intrínseca deshumanización (no hay en él ningún lugar para la solidaridad) evoluciona desde el capitalismo comercial hacia el capitalismo industrial, que crea las condiciones para una etapa colonialista como forma de pillaje y de conquista llevada a cabo por determinadas naciones europeas. Sin embargo, con el proceso de globalización, los estragos ecológicos se mundializan. El calentamiento global es buen ejemplo de ello, aunque no el único.
Durante siglos, casi todos los esfuerzos de los hombres estuvieron orientados a proteger al hombre del medio. Pero, en el transcurso de los siglos –tal como se ha dicho y repetido de diferentes maneras– el hombre se ha hecho “señor de su medio”, porque lo ha dominado y porque ha sido capaz de actuar transformadoramente sobre la naturaleza. Pero he aquí, que en esta conquista de la naturaleza, el hombre ha empleado muchas y muy variadas formas, algunas de las cuales han sido extremadamente dañinas para el equilibrio ecológico. Por eso, hoy ya no se trata de proteger al hombre de su medio, sino el desafío que hoy confrontamos es el de proteger el medio ambiente del hombre. El medio es, como lo dice Commoner, “el hogar creado en la tierra por los seres vivos para los seres vivos”. La tierra es nuestra casa, el hogar común de la humanidad. Y este hogar común está acechado de peligros que no pueden controlarse localmente, ni siquiera a nivel de un Estado, tales como el efecto invernadero, el deterioro de la capa de ozono, las alteraciones climáticas… son problemas que no tienen frontera. Hay que resolverlos a escala planetaria. Los problemas ecológicos son complejos e interdependientes y todos ellos se dan en esa pequeñísima mota del espacio cósmico que es nuestra nave espacial tierra. Ahora bien, si la Biosfera –la esfera de la vida en donde está el hábitat del hombre– es agredida hasta los límites de sus capacidades, agredimos la vida de la humanidad en su conjunto. No se trata tan solo –como suele decirse– de salvar las focas y las ballenas, tenemos que salvar la humanidad.

Actuamos como si no supiésemos que tenemos una sola tierra para la permanencia y el desarrollo de la vida. Desde el último tercio del siglo xx, hemos contaminado todo el planeta: la agresión ha ido más allá de la superficie terrestre, alterando la plataforma subcontinental, el fondo de los océanos y el espacio extraterrestre, deteriorando la capa de ozono que nos protege. Desde las grandes ciudades hasta la lejana Antártida, donde los tejidos adiposos de los animales muestran cantidades apreciables de los compuestos orgánicos utilizados en los plaguicidas; desde el plancton en el fondo del mar hasta la capa de ozono que nos protege de las radiaciones ultravioletas. Hemos destruido diferentes especies animales, arrasado miles de hectáreas de bosques; los desiertos ya ocupan 120 millones de hectáreas; el efecto invernadero afecta a todas las manifestaciones vitales del planeta… Y en esta nave espacial, mientras agotamos los recursos disponibles, la población sigue creciendo. La destrucción alcanza dimensiones planetarias. Necesitamos tener conciencia –y actuar en consecuencia– de que los problemas de conservación de la naturaleza son problemas planetarios, en el sentido de que nos afectan a todos. Tenemos que actuar en nuestra cotidianeidad con todo lo que está a nuestro alcance, pero los problemas tienen tal magnitud que necesitan de una acción colectiva de dimensiones planetarias. Los desequilibrios actuales tienen dimensión planetaria. Ya lo había intuido A. Stephane, quien, con un no oculto acento freudiano, ha llamado a este proceso de deterioro ambiental, la fecalización o analidad cósmicas. René Dumont, por su parte, afirma que estamos en pleno Apocalipsis y que no tenemos otra alternativa que elegir entre la utopía o la muerte. Para algunos esta afirmación es catastrofista; lamentablemente, la agresión que sufre la biosfera no tiene precedentes en la historia de la humanidad, por la gravedad de los problemas que ha creado y por la dimensión planetaria de los mismos.
¿Por qué y cómo hemos llegado a esto?, ¿qué estamos haciendo los seres humanos sobre la tierra?, ¿qué hacemos con nuestra madre tierra que nos da cobijo y alimento?... Si somos capaces de dar respuesta a estas cuestiones y analizar críticamente las causas por las que hemos llegado a esta situación, estaremos en mejores condiciones para encontrar salida a estos problemas.
Conviene que nos detengamos a pensar, para mejor situarnos en la problemática del mundo actual y en las responsabilidades que a todos nos concierne, que los más grandes peligros que acechan a los seres humanos a finales del siglo xx –el riesgo de un desastre ecológico o de una catástrofe nuclear– proceden de la actividad humana. El deterioro del medio ambiente ha puesto de relieve, como gustaba decir al novelista Hal Barland, que “el hombre es el más ingenioso de los animales depredadores”, o lo que es lo mismo, agregamos nosotros, el más depredador de los animales. Actuamos sobre la naturaleza de manera depredadora, pues no lo hacemos para vivir, sino para consumir, transformando al consumo en un acto neurótico dirigido por el marketing o, si se quiere expresarlo de otro modo, a través del coqueteo de la publicidad y la propaganda. De este modo, los seres humanos atrapados por la santa trinidad del dinero, el consumo y el estatus, se engañan al gastar sus energías para tener más: dinero, riqueza, éxito, figuración. Pero sus vidas carecen de sentido.
Es bien sabido que los recursos del planeta no son ilimitados. Sabemos también que la llamada explosión demográfica ha sido otro factor que ha contribuido a la degradación del medio ambiente. A ello se añade el derroche consumista en los países desarrollados económicamente. La consigna en esas sociedades se resume en lo siguiente: consumir con opulencia para dinamizar el mercado y el tener cosas símbolos de estatus social o, lo que es lo mismo, de éxito en la vida.
Un aspecto particular de la perversidad de la lógica de las sociedades industrializadas –se llamen capitalistas o socialistas–, es producir para la expansión del mercado y que el país se constituya en una potencia dentro del concierto de las naciones. Basta pensar en los que, en los últimos años, se llaman “potencias emergentes”: China, India, Brasil.
Este modelo de crecimiento ha llevado a una situación límite. “El hombre va camino a envenenar toda la tierra sin dejar ningún posible refugio para una reserva de vida y salud. La degradación del medio ambiente se ha convertido en uno de los fenómenos esenciales de nuestra civilización. La humanidad se autodestruye”.1 Estamos hiriendo de muerte a nuestra madre tierra y este matricidio llega hasta el final, será el suicidio de la especie humana. Al hacerlo se patentiza nuestra irresponsabilidad social en la doble condición de verdugos y de víctimas: en un caso, porque deterioramos el ambiente –nuestro propio hábitat–; en el otro, porque no nos rebelamos ante la absurda destrucción del entorno en que vivimos. Resulta en verdad sorprendente la irresponsabilidad de la que estamos haciendo gala, poniendo en peligro la nave-tierra en que vivimos.